Lo dijo José Gimeno Sacristán hace unos veinticinco años y no lo he olvidado. Incluso diría que ha contribuido a conformar buena parte de mi estrategia de análisis de las políticas educativas: “Si hubiera evolución en el sistema educativo, no sería necesario acudir al rito recurrente de las reformas”. Poco antes, Larry Cuban había afirmado que todas las reformas fracasan, lo que se demuestra simplemente por el hecho de que a cada una le sigue inevitablemente otra. Gimeno y Cuban disparan en el mismo sentido y a mí me parece que con razón. Con la misma con que, diciendo exactamente lo contrario, mi buen amigo Kiko Murillo llegó a escribir en 2002 que todas las reformas tienen éxito, ya que en el fondo lo que persiguen es adaptar el sistema educativo a las nuevas condiciones sociales que exigen una forma diferente de someterse a la dominación y distintos y más sofisticados modos de selección y clasificación del personal.
Aunque es preciso denunciarla por retrógrada y clasista, es bastante estéril clamar contra la LOMCE si la alternativa es la redacción de otra ley que venga a ordenar un nuevo sistema educativo con aparentemente otros presupuestos ideológicos. Ya sabemos, según Gimeno, Cuban y Murillo, cuál va a ser el resultado a corto plazo. Por eso la anunciada derogación de la ley actual si el partido que gobierna pierde el poder se me antoja necesaria pero desde luego absolutamente insuficiente; y por supuesto, no tengo puestas ningunas esperanzas en el resultado, habida cuenta de la incapacidad de nuestros políticos de alcanzar pactos que blinden la educación y la protejan de intereses partidarios. Y de nuestra incapacidad para hacer que los políticos trabajen para nosotros en lugar de para ellos.
Por eso, porque me parece que el acento habría que ponerlo en la evolución que no se da, más que en idear la reforma perfecta, me preocupa que los términos de gran parte del debate se reduzcan a reclamar más horas de ciertas materias y asignaturas, lo que puede tener sentido si se argumenta bien, pero es de todo punto insuficiente. Ken Robinson reclama más Artes en la escuela y colocarlas en la cúspide de la pirámide de los contenidos académicos porque es necesario estimular la creatividad; bien. Docentes y simpatizantes entre los que me incluyo, se rasgan las vestiduras por la casi desaparición de la Filosofía de los planes de estudios porque es necesario enseñar a pensar y a tener criterio; vale. Hace unos años exigíamos que la diplomatura de Magisterio durase cuatro años tanto por dignificarla como para mejorar la formación de los maestros; correcto. Ahora nos oponemos al 3+2 que devolverá a los grados a carreras cortas y pondrá definitivamente el listón en los Másteres; perfecto. Pero, qué quieren que les diga. Si más horas de música, modelado, pintura o danza significa hacer durante más tiempo lo mismo que por lo general ahora se hace; si más horas de Filosofía consiste en enseñarla y aprenderla como es común que se enseñe y se aprenda en estos momentos; si en las clases de Magisterio se siguen haciendo las mismas cosas que hoy, que suelen ser las mismas que hace diez años o más… Me da exactamente igual que se tomen las decisiones que sean sobre las Artes, la Filosofía o la duración de los estudios. Al fin y al cabo, no me parece que el estímulo de la creatividad sea patrimonio de un área de conocimiento ni el desarrollo del pensamiento de otra. ¡Anda que no es creativa la física y enseña a pensar! O la matemática. Otra cosa es que se trabajen en la escuela con ese propósito, y es ahí donde radica el problema, que no tiene que ver con reformas sino con evolución. Miren a su alrededor y decidan si desde la LOGSE somos constructivistas por Decreto, o tenemos pajolera idea de en qué consiste eso de trabajar por competencias, también por obra y gracia del BOE.
Tonucci acaba de recordarnos otra vez algo de sobra conocido, y es que no existe relación entre éxito en la escuela y éxito en la vida. Lo que hay que denunciar claramente es que no hay relación entre la escuela y la vida, y que seleccionar unas u otras asignaturas y priorizarlas no va a remendar esa desconexión. Y otra vez es necesario insistir en que la evolución de la praxis educativa es cosa de los maestros, no de los ministros, a pesar de que estos últimos puedan confundirse sin llevarse un suspenso y decir que sobran universitarios cuando a todas luces lo que debían reconocer es que son ellos los que están de más. Lean el incontestable análisis al respecto de Agustín Moreno en cuartopoder.es y ya me dicen.
Cada palo aguante su vela. Las reformas, la indiferencia u oposición de los docentes; los ministros el chaparrón cada vez que dicen sandeces (aunque triunfen: no por eso menos simplezas) y nosotros, profesores y profesoras, la dejación de responsabilidad si no nos atrevemos a jugar en los márgenes de las leyes para hacer realidad el cambio que con la boca chica reclamamos.
Publicado en Periódico Escuela el 3 de diciembre de 2015
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