Una de las cosas más seguras que pueden decirse de la LOMCE
(Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa) es que se trata de una
ley sin vocación de futuro. Si llega a aprobarse en los términos en que se plantea
su anteproyecto, durará exactamente lo que tarde el partido del gobierno en ser
relevado por otro, como desgraciadamente viene sucediendo desde siempre en este
país. Una vez más, se pierde la oportunidad de hacer una ley de educación
duradera con el acuerdo y el respeto de todos. Muy al contrario, la propuesta
de reforma de la educación está cosechando duras críticas procedentes de todos
los sectores: profesores y alumnos desde luego, pero también científicos,
académicos, artistas, intelectuales y en general personas del mundo de la
cultura. La LOMCE cuenta en su haber con el dudoso honor de haber sido
rechazada hasta por las asociaciones de padres y madres, que salieron a la
calle a manifestarse en su contra, cosa que nunca antes había ocurrido.
Nada de eso parece importar. El Gobierno, confundiendo la
mayoría en el Congreso con la legitimidad de hacer lo que le parezca aun en
contra de la voluntad de muchos, ni ha sometido a debate ni ha negociado una
ley de reforma que va a modificar profundamente el sistema educativo actual.
Por si fuera poco, no viene acompañada de un análisis riguroso que identifique
los problemas y trate de explicar por qué las medidas que se van a tomar son
las más oportunas para enfrentarlos. La falta de argumentos científicos y de
razones psicológicas, sociológicas, pedagógicas, e incluso económicas, impide
saber cuáles son las fuentes, distintas de la mera ideología ultraconservadora,
en las que bebe el señor ministro. No hay manera de comprender qué teorías,
corrientes, escuelas o tendencias afirman que hay unas materias más importantes
que otras para el desarrollo intelectual y social de las personas, ni cuáles
aconsejan reducir hasta su mínima expresión la presencia de las Humanidades o
las Artes en el currículum escolar. Desde luego, no se entiende qué razones,
insisto, fuera de las puramente ideológicas, avalan el fortalecimiento de la
enseñanza de la religión católica mientras se destierran los contenidos de la
Educación para la Ciudadanía, que aborda precisamente aquellos “temas
conflictivos” –según expresión del propio ministro– que están relacionados con
aprender a convivir, moralmente en paz con uno mismo, en una sociedad cada día
más compleja y diversa.
Tampoco se conoce la rama de la psicología que afirma que se
aprende más ni mejor a fuerza de hacer exámenes, ni la de la sociología que
defiende que segregando pronto a los jóvenes se reduce el fracaso escolar o se
obtiene una sociedad más robusta y sana. Y sin embargo, esto es lo que la LOMCE
propone: un regreso que creíamos ya imposible a los años sesenta del siglo
pasado para encontrarnos de nuevo con las reválidas y, con ellas, con la
separación a edades tempranas de los estudiantes en ramas profesional y
académica, en itinerarios derechos al mundo del trabajo o del estudio,
ignorando que esa es una elección que debería hacerse una vez adquirida una
sólida formación general y olvidando que hay una estrecha relación entre el
éxito académico y el entorno familiar del que se procede. Los pobres y los
menos favorecidos no son menos aptos, pero sus posibilidades de promoción
social se verán disminuidas aún más porque sus entornos familiares y sociales
no les pueden proporcionar el acceso a la cultura ni los estímulos académicos e
intelectuales necesarios, y ahora ya la escuela tampoco intentará por mucho
tiempo compensar esa desigualdad de origen. Las medidas propuestas por la
reforma Wert van claramente encaminadas a excluir cuanto antes del sistema
escolar precisamente a quienes más necesitan de la escuela, y a formar a los
niños y a los jóvenes expresamente para la competitividad y no para la
cooperación. La lucha contra el fracaso y el abandono escolar es una pose
retórica. Lo que parece que se persigue con claridad es la jerarquización
social ya desde la escuela.
Solamente el empeño en ratificar las querencias ideológicas
ultraconservadoras puede justificar que se intente rebajar el fracaso escolar
eliminado del sistema a quienes fracasen, para que no cuenten. Solo esa
fijación puede explicar el fortalecimiento de la enseñanza concertada y
privada. Únicamente desde esa atalaya se puede entender la desconfianza hacia
el profesorado que tanta reválida, tanto centralismo y tanta cerrazón
curricular demuestran.
La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa es
una ley sin justificación, ultraconservadora y segregadora. Una ley que avanza
un paso más –éste de gigante– en el desmantelamiento de la Escuela Pública.
Publicado en Diario Sur de Málaga el domingo 9 de diciembre de 2012.
¿Y tú crees que si esto sale adelante a pesar de mis velas negras y mis rezos de cada noche, los que vengan detrás desandarán lo que éste deje cerrado como el beneficio claro a la privada concertada y el atraso general en lo social y humano? ¿O le echarán la culpa y se justificaran con el habitual #yonohesido de los politicuchos que nos malgobiernan?
ResponderEliminarPues me temo lo peor, claro, porque parece que cuesta menos andar para atrás que dar un tímido paso adelante. Lo malo de todo esto es que quienes criticamos la LOGSE ahora debemos defenderla a capa y espada como mal muy menor. Espero que con la LOMCE no se compruebe otra vez aquello de que otra vendrá que buena te hará.
ResponderEliminarEl viernes,en la rueda de prensa tras el consejo de ministros, la vicepresidenta del gobierno dejó abierta la puerta a la negociación de esta nueva reforma educativa, creo que se debería aprovechar.
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