Empieza un nuevo curso y con él quizás se renuevan las dudas acerca de si vale la pena el esfuerzo o por el contrario está ya más que demostrado que no, que no se puede. Ese al menos parece ser el discurso oficialista del momento, moraleja convenientemente extraída por los poderes y difundida por los medios (sus medios) a renglón seguido de los avatares de Syriza y Podemos.
La globalización, el neoliberalismo, el repunte de los nacionalismos excluyentes y los fundamentalismos, la extensión de la pobreza, el aumento de las desigualdades, la infame distribución de los recursos, el agotamiento de los modelos de participación e intervención política, la aparente inviabilidad de las alternativas, la insufrible visión de deportados, huidos, hambrientos, desposeídos, exiliados… son otros tantos hitos de la actualidad que exigen respuestas desde la acción educativa, desde la capacitación de los individuos para imaginar y construir un mundo más solidario, más libre, más justo, más humano. Asuntos que no tienen presencia en el currículo escolar con la excusa de que son las materias académicas las que permitirán abordarlos cuando se alcance la madurez que ellas mismas, en un alarde de viciosa circularidad, proporcionarán. No es cierto. No funciona así. Es necesario poner manos a la obra ya e innovar.
Es necesario innovar porque educar es más que instruir pero la escuela sigue siendo esencialmente memorística y repeticionista.
Es necesario innovar porque es imprescindible educar en la diversidad con la que de hecho vivimos, en centros educativos que permitan vivir intensamente y recrear libremente la cultura.
Es necesario innovar porque las tecnologías facilitan la involución didáctica regresándonos a prácticas pedagógicas que creíamos desterradas.
Es necesario innovar porque la escuela ya no prepara para la ocupación laboral que aseguraba no hace tanto, pero coloca en desventaja a quienes fracasan en ella.
Es necesario innovar porque en la innovación descansa la evolución del sistema educativo, no en las leyes, y mucho menos en las que, como la LOMCE, apuestan por un pasado tenebroso, gris, casposo, deslucido, aburrido y triste.
Es necesario innovar porque es preciso mejorar la formación del profesorado, y no hay mejor modo de hacerlo que facilitando la autonomía profesional de quienes se sabe que son la medida de la calidad de los sistemas educativos.
Una escuela que sigue siendo en lo fundamental de orientación escolástica, más instructiva que educadora, credencialista y meritocrática, en la que la influencia de las nuevas tecnologías, que están siendo creadas a instancias de los intereses económicos e introducidas en las aulas de una manera poco crítica e irreflexiva y que podrían representar en muchos casos un regreso a prácticas obsoletas con las que se reviven planteamientos pedagógicos caducos; una escuela que desperdicia el talento de las personas y penaliza el error inhibiendo la capacidad de originalidad y creación; una escuela aburrida que renuncia a motivar a los estudiantes procurando que la actividad sea en sí misma interesante, apasionante; una escuela que persiste en su organización y funcionamiento de acuerdo con el modelo fabril que busca la producción en masa de individuos idénticos pero es incapaz de proporcionar una formación tan detallista que asegure la incorporación a los puestos de trabajo del futuro; una escuela que mantiene con sus modos y maneras la cultura de individualismo y aislamiento del profesorado y proporciona escasas oportunidades para la formación y el desarrollo profesional de sus trabajadores; una escuela que fue creada de espaldas a las familias y no sólo se mantiene así sino que alimenta la separación; una escuela en la que la eclosión de la sociedad de la información parece reclamar un papel diferente de sus docentes, cuya misión debería tener más que ver con la facilitación, orientación y guía que con la transmisión; una escuela con leyes retrógradas que renuncian visiblemente a la educación de la ciudadanía en la diversidad y en la inclusión y regresa a ideales segregacionistas. Una escuela con tales características está pidiendo a gritos cambios profundos. No serán las reformas las que los consigan. El progreso en educación debe mucho al establecimiento de condiciones en el marco de leyes progresistas, pero el cambio duradero y estable que tiene capacidad para mejorar a los sistemas educativos se hace desde abajo, desde la base, desde la práctica. Por eso es imprescindible la innovación.
Publicado en Periódico Escuela el 10 de septiembre de 2015.
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