lunes, 27 de abril de 2015

Cinco frases, una filosofía de la educación



Han pasado alrededor de veinte años desde que escuchara a un conferenciante, el profesor Miguel Fernández Pérez, una de esas frases que se quedan grabadas en la memoria para permanecer por mucho tiempo y también para dar sentido a nuevas informaciones que van llegando poco a poco a desequilibrar, amoldarse y conformar el universo de significados que es nuestra conciencia. La sentencia en cuestión venía a afirmar que la educación no consiste en proporcionar a los estudiantes las respuestas adecuadas, sino en ayudarles a hacer las mejores preguntas.
Uno de los pensamientos más repetidos de Günter Grass, por su simplicidad expresiva tanto como por su tremenda carga ideológica, propone que la principal tarea de un ciudadano es mantener la boca abierta: para preguntar, para cuestionarse, para criticar, para opinar, para reclamar, para denunciar, para exigir, para argumentar, para explicarse…
Eduardo Galeano popularizó una respuesta brillante de Fernando Aguirre en cierto foro en Cartagena de Indias a la pregunta de para qué sirve la utopía: es como el horizonte. Si camino diez pasos ella se aleja diez pasos. Ya sé que nunca la alcanzaré. Cuanto más la busque menos la encontraré, se va alejando en la medida en que me acerco. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Acusado de haber presentado un programa político utópico, Julio Anguita, de quien ignoro si ya conocía la respuesta anterior, demolió las intenciones de su interrogador afirmando con profunda simplicidad que desde luego lo era, aunque no quimérico. La diferencia, sutil en su forma, es sin embargo abismal en su contenido.
Cuatro frases, cuatro pensamientos de hondo calado que han contribuido a conformar mis propios esquemas cognitivos, mis sistemas de comprensión e intervención, en mi trabajo y en mi vida. Las cuatro combinadas representan de hecho toda una filosofía de la educación por cuanto me invitan a pensar en un sistema educativo cuyas finalidades y metas tengan vocación de profunda transformación que busque conseguir una sociedad plenamente humana, feliz, justa y solidaria, pero realizable zancada a zancada, abordable mediante políticas y prácticas sensatas que caminen hacia ese horizonte inalcanzable por definición. En el mundo en que vivimos, presidido por las incertidumbres, los cambios vertiginosos, el absoluto desconocimiento de lo que nos depara el día de mañana, caminar hacia las certezas de una manera pacata, precavida, asegurando cada pequeño paso, además de una estupidez es una lamentable pérdida de sentido de futuro. Hacerlo despreciando la posibilidad de educar a las personas para que aprendan a preguntar más que a responder es un atentado a la idea misma de educación. Primar la repetición antes que la experimentación no es sólo una equivocación que pone al descubierto la estrechez de miras, la miopía pedagógica y sociológica del legislador; es también y sobre todo el espaldarazo oficial a una práctica profesional docente y a una actividad discente presididas por el temor a equivocarse, el miedo al fracaso, la idea del error como punible y despreciable en lugar de como el motor potente que es de verdadero aprendizaje.
La mera existencia de las reválidas ya permitía predecir buena parte de todo esto, pero el conocimiento esta semana de en qué consistirán exactamente agrava enormemente la situación. Si el sistema educativo, desde muy temprano, se orienta a enseñar a los individuos a acertar cuál es la respuesta correcta entre tres opciones propuestas, me temo que la lógica de la evaluación así de mal, tremendamente mal entendida, va a presidir toda la vida escolar, desde la formulación de objetivos hasta la realización de las tareas más elementales. Esa clase de evaluación, un concepto que pertenece a cualquier ámbito de actividad menos al educativo, es probablemente el mejor modo de evitar que los ciudadanos sean educados para tener la boca abierta, es una apuesta decidida por arrinconar el tanteo, la innovación, la experimentación, el descubrimiento, la construcción personal, el pensamiento divergente, la disrupción, el florecimiento del talento que hay con seguridad en cada uno, en cada una, el avanzar hacia la utopía. Mejor borregos que respondones. Con razón dice Ken Robinson que las escuelas matan la creatividad. Es cierto, todas. Pero el caso es que parece como si unas tuvieran más prisa en perpetrar semejante crimen o les importase menos disimularlo.

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