No consigo entender que un sistema educativo que se
sustente en la desconfianza pueda aspirar a la excelencia. Un sistema educativo
basado en el cumplimiento estricto y en la vigilancia es un sistema que nos
lleva cuesta abajo irremediablemente.
Un clima opresivo de comprobación de resultados no
facilita el aprendizaje valioso ni permite el desarrollo armónico de la
persona. Esta sencilla afirmación, tan repetida como ignorada y desoída cuando
de la educación de los estudiantes se trata, es perfectamente aplicable también
a la labor docente y al desarrollo profesional. Por lo tanto, a la calidad de
la enseñanza y, por ende, a la del sistema educativo, si hemos de dar crédito a
todas las voces que señalan al profesorado como la pieza fundamental del
sistema aunque luego se dediquen a denostarlo y a dar claros signos de
desconfianza.
La historia reciente muestra cómo para los propósitos de la
política de partidos el profesorado es alternativamente un colectivo profesional
generoso y cualificado, motor del desarrollo educativo del país, y un insolente
gremio privilegiado que necesita ser vigilado para asegurar que cumple con las
funciones de bajo desempeño que se le confían. Al sentido de cada reforma le
acompaña una de las dos versiones propagandísticas, cuando no ambas
sucesivamente y en poco tiempo; en el curso de la misma legislatura si es
preciso.
Lo cierto es que los docentes somos un grupo heterogéneo
en el que se dan ambas cosas, y aun más, pero no alternativa ni sucesivamente,
sino simultáneamente, porque de todo hay en la profesión. Como en todas. Pero
si puede afirmarse –y se puede– que ha habido un enorme progreso educativo en
los últimos años, se debe a que las leyes educativas de la democracia han
delimitado un terreno de juego en el que un buen número de docentes ha puesto
empeño, dedicación, voluntarismo e ilusión. Un marco que no era necesario
transgredir ni subvertir, o no lo era en gran medida. Hoy una parte del
profesorado está implicada en trabajos colaborativos, en proyectos educativos
integrados, en redes profesionales y sociales muy activas, comprometida con la
experimentación y la innovación, con la incorporación de las familias a una
tarea difícil y siempre llena de incertidumbre, tratando de conseguir ideales
de ciudadanía democrática y de justicia social más allá de la mera instrucción
de niños y jóvenes.
Pero otra parte del profesorado, una gran parte, no; y
eso es lo que hay que corregir.
Es necesario refundar el sistema educativo basándolo en
la confianza. No me refiero a una reforma, que tiene más de subterfugio de
legitimación política de los gobiernos ocultando que en realidad no saben cómo
afrontar los problemas sociales y económicos que afectan al país –de naturaleza
inmediata distinta de la educativa por más relación que tengan a la larga– que
mecanismos eficaces para la transformación de las prácticas educativas y la
educación de las personas. Hablo de una estrategia política de envergadura y a
largo plazo que deberían promover las autoridades del ramo proporcionando
currícula más abiertos, más breves y mejor definidos, con más autonomía para un
profesorado con mayor capacidad de decisión, con voz y voto en lo que atañe al
diseño y evolución del propio sistema, con incentivos para alentar su complicidad
y su implicación, con mecanismos que permitan al profesorado percibirse a sí
mismo como un colectivo de trabajadores del conocimiento que necesita innovar a
diario, tanto como requisito de promoción laboral y desarrollo profesional como
porque es lo que se espera de él, con foros y escenarios que permitan renovar
las prácticas, compartirlas, someterlas a la crítica pública y defenderlas con
argumentos, razones y evidencias. Con un sistema de exigencia de
responsabilidad proporcional a la confianza depositada.
Nada que ver
con la LOMCE, que va justamente en el sentido contrario, haciendo gala de
desconfianza en las capacidades, conocimientos y motivaciones del profesorado.
Hay que pararla. De lo contrario, como a finales de los años sesenta del siglo
pasado, que es donde cronológicamente corresponde estar a esta ley, nos veremos
abocados a trabajar en sus márgenes, contraviniéndola de tapadillo, burlándola,
superándola, ejerciendo con más o menos descaro lo que mi amigo Paco Espadas
–@pacospadas– ha llamado hace poco con acierto desobediencia docente.
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