Tuve el honor de dirigir los cursos de formación de los
coordinadores para el proyecto de Centros TIC desde 2003 hasta 2006. Con toda
seguridad esa condición de viejo conocido es la razón de que haya sido invitado
a redactar estas líneas. Tuve la suerte de coordinar dos investigaciones
consecutivas sobre la incorporación de las TIC a los proyectos de Centro en
Andalucía. Recientemente (2011) he dirigido una investigación sobre las
expectativas y la realidad del uso de las TIC en los centros educativos no
universitarios en España.
Todo ello me proporciona una cierta visión retrospectiva de
conjunto sobre algunos de los aspectos que considero más significativos de
estos diez años que han transcurrido desde la primera andanada de colegios e institutos
dotados con la tecnología necesaria para convertirse en bastiones del uso
pedagógico y didáctico de las TIC. Sin
embargo, con toda seguridad un balance más ajustado tendrían que hacerlo otras
personas, casi todas anónimas, que han vivido en primera persona el paso del
tiempo y, con él, de las distintas orientaciones políticas y programas
concretos de la Consejería al respecto.
El diseño de las jornadas de formación de los coordinadores
de centros TIC de los primeros años pretendía tener un marcado carácter pedagógico.
Las charlas programadas, los ponentes invitados, los tiempos y los espacios
iban decididamente encaminados a mostrar experiencias exitosas con ordenadores
y redes y a proporcionar oportunidades para pensar en el modo más rico de poner
la tecnología al servicio de la educación de calidad. Hablábamos de la sociedad
de la información y de la sociedad de conocimiento, y empezábamos a vislumbrar
que el modo en que la escuela pública se hiciera partícipe del empleo de las
potentes tecnologías del momento no iba a ser anecdótico, sino sustantivo, para
el futuro de la educación como sistema social y de la educación como ganancia
individual, personal, como adquisición de herramientas y conocimientos nuevos
para comprender el mundo, intervenir en él y transformarlo en beneficio de un
colectivo más humano, más justo, más solidario.
Recuerdo sin embargo que no eran esas las expectativas de
la mayor parte del profesorado asistente
a las jornadas de formación, mucho más interesado en los aspectos técnicos
relacionados con el uso de los aparatos, de la plataforma y de las conexiones.
Sin la menor duda, al menos así lo entendí entonces, la urgencia restaba una
vez más protagonismo a la importancia.
La incorporación de los centros educativos al programa de
Centros TIC se hizo paulatinamente, previa presentación de un proyecto que
debía haber obtenido la aprobación del Consejo Escolar y el compromiso de
participación del Claustro. Sin embargo, los mencionados proyectos se
elaboraron en muchos casos con precipitación, sin la necesaria reflexión y con
escaso o ningún debate. En algún caso concreto, puede llamarse al documento
presentado a la convocatoria “proyecto de autor”, porque se debe en exclusiva a
quien más tarde sería coordinador.
Como consecuencia de todo ello, una vez aprobados, muchos
profesores y muchas profesoras no conocían realmente en qué consistía el
proyecto ni a qué se habían comprometido. Los proyectos de centros TIC de los
comienzos del programa fueron el resultado de una ilusión, una predisposición
pedagógica, generalmente alentados por un número reducido de docentes y
aceptados formalmente por la mayoría. Pero es imprescindible repetir ese factor
presente al principio, el entusiasmo de buena parte del profesorado, porque en
él se encuentran las razones de la enorme cantidad de actividades de formación
en cursos y en grupos de trabajo que se registra entre los años 2004 y 2007,
como atestiguan las investigaciones realizadas.
Lo que podemos denominar formación inicial en el conocimiento
técnico básico, la alfabetización en Guadalinex y en las aplicaciones
esenciales, empieza poco a poco a dar frutos, lo que se evidencia en el hecho
de que muchos docentes que nunca antes habían navegado por internet o siquiera
utilizado un ordenador, incorporan ocasionalmente tareas y actividades que
suponen acudir a buscar información a alguna página web o manejar algún recurso
existente. Se da la paradoja de que el profesorado reclama más formación, pero
esa necesidad choca con una evidencia, y es que le falta tiempo para más. En
esos cursos se han aprendido ante todo cuestiones de carácter técnico, no
pedagógico, porque había que conocer el uso básico de los ordenadores e
internet y porque una vez conocidos era necesario aprender el manejo de aplicaciones
básicas. Un largo camino de capacitación técnica hasta llegar a la elaboración
de materiales propios.
La llegada del plan Escuela 2.0, según se advierte
reiteradamente, no termina de revertir la situación, ni en cuanto a que la
formación informática del docente signifique claramente un acicate para el
aumento del uso de las nuevas tecnologías en el aula, ni en cuanto a que su uso
suponga en sí un paso adelante cualitativo, pues la formación posee un carácter
limitadamente técnico, sin aplicaciones didácticas. La formación, parece ser,
empieza y acaba en la mera alfabetización digital, camino de tránsito obligado,
pero no destino, para quienes deben trascender el empleo de los medios
informáticos a su dimensión pedagógica.
A través de las voces de maestros y maestras, profesores y
profesoras, es posible señalar que el paso a la escuela 2.0, supuso al mismo
tiempo la universalización de las TIC en los centros andaluces y el abandono en
la práctica de los centros TIC. Un programa comunitario que había estado
mimando la incorporación paulatina de escuelas e institutos al empleo de las
TIC, ciertamente con luces y sobras, pero con al menos la asunción formal de
proyectos educativos, es sustituido por el reparto masivo de ultraportátiles y,
en opinión del profesorado, sin que se añadiera política alguna de carácter
pedagógico.
Es de justicia señalar que, tanto en lo que se refiere a la
formación del profesorado, como en el lento caminar cotidiano, la figura del
coordinador o la coordinadora TIC resulta esencial. El coordinador es, en todos
los casos sin excepción, una persona muy bien valorada por sus compañeros y
compañeras. Dedica mucho tiempo y esfuerzo y proporciona ayuda continuamente
sobre los asuntos más dispares. No obstante, la mayor parte de su dedicación se
pierde inexplicablemente en realizar tareas técnicas variadas que van desde
reparar un componente hasta reinstalar una aplicación, robando esas energías a
la tarea de liderazgo pedagógico que debería asumir. En varios casos ha sido
necesario que se le ayudase con colaboraciones de todo tipo, oficiosas y
voluntariosas, lo que dice mucho de la saturación de sus funciones, pero
también de la disposición generosa y colaboradora de directivos y profesorado.
Actitudes que se simultanean con otras, muy variadas, de las que vale la pena
señalar un rechazo frontal de una pequeña parte del profesorado en los inicios;
rechazo militante que sin embargo prácticamente desaparece en un tiempo récord,
sustituido por una aceptación, si no entusiasta al menos no beligerante, de la
presencia de ordenadores y redes en las aulas. Por otra parte, entre algunos de
los entusiastas de los primeros momentos aparecen también pronto síntomas de
desencanto, fundamentalmente porque sus altas expectativas no se ven
satisfechas.
El mérito indiscutible de la política de Centros TIC
consistió en mi opinión en adelantarse con decisión una década a algo que hoy
ya nadie discute: las tecnologías en la escuela no son una posibilidad que
aceptar o rechazar voluntariamente, sino parte indisociable de la vida de las
personas y, por tanto, elemento protagonista para el aprendizaje y la
enseñanza.
La introducción, hace diez años, de la política de centros
TIC, ahora es posible constatarlo, ha tenido como efecto la habituación del
profesorado, del alumnado y de las familias. Aunque el uso de las TIC no esté
generalizado aún, ni mucho menos su utilización adecuada desde un punto de
vista pedagógico. Habituación significa entre otras cosas que ordenadores y red
no son elementos extraños y no concitan el rechazo abierto, que se acepta la
idea de que es necesario trabajar con ellos. Y significa también que quienes
quieren hacer un uso cotidiano de la tecnología no suelen encontrar oposición,
aunque en ocasiones tampoco colaboración, lo que da lugar a la aparición de los
llamados francotiradores, profesores excelentes en su trabajo, muy bien
conectados con el exterior, pero aislados en sus propios centros.
Esa circunstancia ha dado lugar a que gran parte del
profesorado entusiasta se agrupe en movimientos más bien informales (en el
sentido de ser horizontales, democráticos y no sujetos a la administración ni
organismos de ninguna clase). Las redes sociales (Facebook, G+…) y las
aplicaciones de microbloging (twitter) son las vías de comunicación, información
y convocatoria de todo tipo de actividades y eventos presenciales y virtuales.
La red es un hervidero que muestra una actividad inusualmente alta en este
sentido. Dejar hacer a esos grupos, no tratar de capitalizar sus esfuerzos,
pero poner todas las condiciones necesarias para que existan y se difundan sus
experiencias, promover la experimentación y la innovación flexibilizando las
exigencias burocráticas y permitiendo la formación p2p en horario laboral,
serían elementos claves de una buena política decididamente a favor de la
transformación de las prácticas educativas.
Probablemente el efecto de mayor calado de la introducción
de las TIC en escuelas e institutos resida en que, al usar los ordenadores e
internet, al utilizar recursos ya existentes o materiales de elaboración
propia, el profesorado casi necesariamente ve comprometido su papel de
contenedor y transmisor de la información. Si a ese escalón se llega sin
traumas y no se ofrecen muchas resistencias, si desde la Administración se
ponen los medios para facilitar la transición, sólo falta un paso no muy grande
para verse a sí mismo como organizador de las mejores condiciones posibles para
el aprendizaje.
Publicado en Andalucía Educativa el 3 de marzo de 2014.
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