miércoles, 13 de marzo de 2013

Desmotivados con motivos

La noticia que repiten periódicos y televisiones una semana antes de que ustedes puedan leer esta columna es que la docente es una de las profesiones mejor consideradas por la sociedad española. No deja de tener su misterio, porque también es una de las menos prestigiosas, ya que pocas personas recomendarían esa opción laboral a hijos o buenos amigos. Lo que viene a decir que tiene mucho mérito dedicarse a menester tan elevado pero de magro rendimiento.
Según el medio que amplifique los resultados del estudio del CIS, varía la explicación de semejante paradójico estado de la cuestión, pero observo una alta coincidencia en poner de relieve la desmotivación del profesorado debido a su creciente falta de autoridad.
El profesorado, parece, no está desmotivado porque a mi amiga Lola le vaya a costar 510€ la baja por neumonía, no; ni porque como funcionarios los docentes estemos sujetos a la permanente presunción de vagancia, no; ni porque debamos someternos una vez más al capricho de una reforma sin haber sido consultados antes u oídos durante, no; ni porque los exámenes externos anunciados y reválidas previstas exuden una absoluta y desleal desconfianza en nuestra competencia, no; ni porque debamos atender a más alumnos por grupo, dar más horas de clase, impartir materias de las que no somos especialistas y contar con menos apoyos, no. Es que los alumnos nos faltan al respeto y andamos necesitados de una investidura de autoridad, como si para ello bastara tocarse con gorra de plato.
Las encuestas sólo encuentran de entre lo que buscan, y la prensa selecciona lo que conviene para crear opinión. Curiosamente, las causas de la desmotivación del profesorado cuadran bien con añejas aspiraciones de profesionalización de la función directiva que la asemeje a la gestión empresarial y con más recientes pero no menos rancias propuestas de judicialización de la vida de los centros. No es esa la autoridad que se gana el respeto de los estudiantes, ni renueva las ilusiones del docente que las ha perdido. Mejor sería no ahondar tanto en la búsqueda y prestar oídos al clamor que se eleva ya de tantas voces.
Publicado en Periódico Escuela. Marzo de 2013.

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