domingo, 8 de abril de 2012

Funciones de las reformas en educación


No es casual ni anecdótico el anuncio de una próxima nueva reforma del sistema educativo. No lo es, porque reformar la educación es un acto político legítimo de quien gobierna que, sin embargo, frecuentemente tiene sus miras puestas en intereses ajenos a la propia educación. Quizás lo que debería preocuparnos del hecho de que se vaya a reformar una vez más el sistema educativo, o parte de él, no es tanto el sentido de los cambios formales o estructurales que se propondrán, como el hecho de que probablemente con una nueva reforma se evita intervenir en los problemas reales, del sistema educativo y ajenos a él, y quizás se ocultan la falta de ideas, de interés o de voluntad para hacerlo. 
   
Una de las formas en que la sociedad puede ser descrita para su análisis es como un macrosistema que está estructurado primariamente sobre la base de una diferenciación funcional, es decir, como un conjunto de sistemas parciales o subsistemas que funcionan con autonomía reproduciéndose a sí mismos de tal manera que esa reproducción dentro de cada subsistema está orientada al mantenimiento del sistema social en su conjunto.

En tanto que sistema, el educativo está igualmente compuesto por elementos relacionados entre sí conformando una estructura y definiendo unas relaciones internas que permiten una dinámica evolutiva. En cuanto que subsistema, el educativo se integra en una estructura externa de elementos con los que mantiene determinadas relaciones, propiciando la evolución del sistema social.

La reproducción del sistema educativo, por tanto, como uno de los sistemas parciales que integran el macrosistema, está regida por la función que él mismo desempeña hacia ese sistema social. Y, consecuentemente, también su reforma está orientada por las funciones que ha de cumplir con respecto a una sociedad en la que algunos de sus otros subsistemas (económico y político, principalmente) han sufrido variaciones importantes, reaccionando a alteraciones ocurridas en el medio social como la depreciación (real o aparente) de los valores educativos en la vida diaria, los cambios en las condiciones de la actualidad profesional o las fluctuaciones de los sistemas productivo, económico o financiero. Es el permanente ciclo de reforma y reflexión sobre la reforma lo que mantiene al sistema en movimiento.


En tanto que 'aparato ideológico' (certero término acuñado por Althusser) que forma parte de la organización de los estados modernos, es decir, como institución cuya función propia es moldear a los individuos, convirtiéndolos en sujetos al servicio de las necesidades del capitalismo, el sistema educativo se rige por unas directrices políticas que deben ser coherentes con el resto del sistema dentro del cual desarrolla sus funciones.

Las propuestas de reforma que se dirigen hacia el interior del sistema educativo pueden denominarse “técnicas” por contraposición a aquellas que hacen hincapié en las transformaciones deseadas en el ámbito de las relaciones exteriores del sistema educativo, que son reformas de índole política.

Ahora bien, los discursos sobre las reformas tienen funciones variadas y diferentes. Una de ellas puede denominarse auténtica: provocar la transformación del sistema educativo o de algunos de sus elementos. Pero, más allá de modificaciones estructurales de mayor o menor trascendencia, el cambio profundo y sustantivo no viene de la mano de las acciones normativas o legislativas impuestas desde el exterior, sino como fruto de la modificación lenta y un tanto autónoma de ciertas relaciones internas, es decir, como fruto de una 'cultura sobre lo pedagógico', tal y como lo denominó Gimeno Sacristán allá por 1992 a raíz de un lúcido análisis de la reforma recién estrenada entonces. Cultura establecida como cristalización de prácticas que a su vez son, en buena medida, expresión de costumbres, usos y tradiciones. Sólo por mencionar ejemplos recientes y muy evidentes, la LOGSE modificó de la noche a la mañana el tiempo de permanencia obligatoria de los estudiantes en la escuela, pero tuvo poco éxito en promover cambios significativos en cuanto a lo que se hace con ellos en ese periodo adicional, por más que la ESO contara con su propuesta programática que incluía toda una justificación epistemológica y psicológica, un currículum estructurado en cascada desde la Etapa hasta el aula y por áreas, e incluso orientaciones metodológicas y para la evaluación, acompañadas del esfuerzo en formación permanente más importante de la historia de este país. La introducción más tarde de la enseñanza basada en competencias no ha logrado introducir tantos cambios en las prácticas reales de aula y de centro como en el lenguaje de todos los agentes. No es difícil vaticinar similares resultados para la anunciada restructuración del Bachillerato.  

Se evidencia así la segunda de las funciones de los discursos sobre las reformas: la función retórica. El mero hecho de crear un programa de reforma, que incluye la elaboración y difusión de un determinado discurso sobre el cambio, sustituyendo a una política de innovación que no existe, promueve de por sí la sensación de que el cambio realmente se produce. Los programas de reforma se convierten en instrumentos que buscan hacer ver públicamente que se dispone de estrategias políticas para realizar los cambios necesarios para mejorar la educación. En cuanto fragmentos del discurso reformista se hayan incorporado al lenguaje profesional, la sensación de que se han producido cambios gracias a la reforma será un hecho. Aunque los cambios afecten sobre todo y casi en exclusiva a la esfera de las declaraciones y no necesariamente a la de las prácticas educativas.

Por último, los discursos sobre las reformas educativas tienen a menudo una manifiesta función de legitimación política de los gobiernos. Popkewitz, Pitman y Barry no pudieron decirlo más claro: "las propuestas de reforma pueden tener muy poco que ver con la vida cotidiana de la escuela, y en cambio mucho con los procesos de legitimación propios de las sociedades industriales contemporáneas".

El mecanismo de legitimación política consiste fundamentalmente en transformar las crisis económicas y sociales que padecen los Estados en cuestiones educativas, de manera que se presenta al sistema educativo como un instrumento eficaz para paliar o reducir aquéllas, actuando sobre él en lugar de hacerlo sobre los otros sistemas componentes del sistema social. O, más claramente aún, expresado en palabras de Fernández Enguita:
"Reformar la educación es la manera de no reformar los salarios, ni las relaciones de propiedad o la distribución de ésta, ni la estructura de las empresas ni, en definitiva, nada que forme parte esencial del orden establecido. La clave del proceso consiste en presentar la reforma de la educación como un atajo que permitirá reformar la sociedad sin necesidad de molestar a nadie."  
No es por el camino de las reformas educativas por el que se resuelven los conflictos sociales. La evolución del sistema educativo, que revierte, pero a largo plazo, en el macrosistema social, tiene más que ver con una política de apoyo a la experimentación y a la innovación, con la dignificación de la labor docente, con el fortalecimiento de la escuela pública, con la inversión en medios, con la creación y mantenimiento de redes horizontales de formación, con la cualificación de los entornos…

Habrá que esperar a ver cuáles son los contenidos concretos de la anunciada reforma, porque las modificaciones en la estructura del sistema pueden ser relevantes (afectando a la obligatoriedad y a la comprensividad, por ejemplo) pero, siendo esto importante, más preocupante me parece lo que tal vez esconda: ni más ni menos que la ausencia de ideas e iniciativas para intervenir en la profunda crisis económica y social que estamos atravesando.   



Althusser, L. (1969): Ideología y aparatos ideológicos de Estado: Freud y Lacan. Traducción 1988 por Editorial Nueva Visión. Buenos Aires
Fernández Enguita, M. (1987): Reforma educativa, desigualdad social e inercia institucional. Laia. Barcelona.
Gimeno Sacristán, J. (1992): "Reformas educativas. Utopía, retórica y práctica", en Cuadernos de Pedagogía nº 209, pp- 62-68.
Popkewitz, Th. S., Pitman, A. y Barry, A. (1990): "El milenarismo en la reforma educativa de los años ochenta", En Revista de Educación nº 291, pp. 81-103. 

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